Ensayo
REDENCIÓN DE LA ESPERANZA
Un análisis de las significaciones de El
viaje de la Esperanza como representación cómica de la marginalidad y
espectáculo lírico sobre lo mejor de la condición humana.
HABEY
HECHAVARRÍA PRADO
I
MIAMI. Los
últimos espectáculos que Havanafama, una de las compañías fundamentales en el
devenir y la actualidad del teatro hispano en los Estados Unidos, ha emprendido
en años recientes, plantean una exploración artística de los desafíos del ser humano en
circunstancias de marginalidad. Está claro que, en general, se trata de un
bojeo a los límites de la existencia individual y colectiva, a un cuadro distópico
o utópico sobre lo peor y lo mejor del hombre enfocado en el final de una era y
el inicio de otra. Por otra parte, tales visiones apocalípticas son manejadas
en las condiciones materiales del teatro hispano en Miami, que propicia
estrategias de presentación usadas en cualquier parte. Me refiero al doblaje de
personajes, los cambios de elenco y la repetición de temporadas. Todo lo
anterior y un poco más dio relevancia a El viaje de la Esperanza, una
representación cuya segunda temporada acaba de concluir, en la cual los
aspectos estéticos, conceptuales y específicamente actorales tuvieron una significación
comprehensiva, filosófica, que el presente ensayo intentará esbozar.
Para ello, propongo un punto de vista holístico que descansa sobre la posibilidad de analizar esa representación dentro de una triada de obras apasionadas e intelectivas. He llamado a esas tres obras “la trilogía de los bajos fondos”. De ese modo, increpo una lectura estructural que rememora el sentido de las antiguas trilogías de los trágicos griegos, básicamente una lógica discursiva donde cada obra tiene un valor específico y otro integrativo respecto a las demás obras. Tales valores no serían aquí narrativos sino conceptuales, con lo cual cabe la afirmación de que Havanafama se encuentra en su etapa más conceptista después de los estrenos sucesivos de La condesa y la obra en análisis. Ambas producciones fueron hechas este año.
II
En
relación con el tema de la trilogía y sus antecedentes, vale apuntar que Los
bajos fondos, título homónimo al que usó el autor ruso Máximo Gorki en su
drama canónico de 1905, tiene una resonancia entre las preocupaciones sociales
del director general y artístico Juan Roca. Su escenificación en 2016 de La
Chunga, de Mario Vargas Llosa, y el monólogo Naufragio, en 2018, a
partir del texto de Jorge Carrigan, antecedieron la mencionada trilogía sobre
personajes y ambientes en extremo marginales o marginados. Quiero enfatizar que
el unipersonal, que aborda la vida de un homeless identificado
con un náufrago, ya había indicado, en cierto grado metafísico, las inquietudes
del director sobre el problema de la humanidad en las periferias sociales y
existenciales.
A la sazón,
la trilogía habría estado formada por las distintas versiones de La orgía,
de Enrique Buenaventura, estrenada en 2013, (un texto dramático claramente
inspirado en la obra de Gorki), Divinas palabras, de Ramón María del
Valle Inclán, del año 2023, y El viaje de la Esperanza, una versión
libérrima del propio Roca a partir de Venecia, de Jorge Accame. Lo que
une a estos títulos, fuera del plano temático, es la evolución de una idea
sobre la sociedad en su estado primario, o sobre la condición humana en sus
facetas básicas, sin apariencias ni artilugios. Por ende, surge una mirada sincera
hasta la incomodidad, despojada de la hipocresía y las conductas que permiten
sobrevivir en nuestras comunidades atrapadas en el bienestar. De ese desprendimiento
dieron cuenta la farsa violenta de la sociedad y el Estado (La orgía)
que introdujo el problema, la tragedia moral de la degradación económica (Divinas
palabras) donde se desarrollaron terribles degradaciones y, por último, la
comedia dramática de la redención (El viaje de la Esperanza), que propuso
una liberación radical de la angustia. Nótese también los extremos en los
títulos: la suspensión de normas cívicas, la comunicación en lo sagrado, y el
hábito de la confianza in extremis, también considerado una virtud
teologal.
Para
inducir la redención, la última obra expone a una prostituta anciana, ciega y
medio demente, dueña de un burdel desvencijado en algún pueblito ignoto de Hispanoamérica,
que ansiaba reencontrarse en Venecia con un amante de su juventud. La
obstinación de Esperanza obliga a que las prostitutas que trabajan para ella
por pesetas, le cuidan y le llaman la Esperanza ―con el artículo acostumbrado en
algunas regiones―, le preparen un viaje a la ciudad italiana, real para la
señora e imaginario para el resto, que termina en su fallecimiento. El
inevitable simbolismo del nombre del personaje central impulsa a colegir, al
menos, dos lecturas. La anciana supera el sufrimiento mediante una operación
esencialista a la que se refirió José Lezama Lima y aparece en los volantes de
la puesta en escena: “Viajar es apenas un movimiento de la imaginación”. De ese
modo, el personaje Esperanza se encaminan hacia la superación psicológica del
sufrimiento y de la culpa a través de la realización mental del amor, una
culminación a la cual Lezama apuntó con la frase final de la frase: “Yo no
viajo por eso resucito”. Puesto que el itinerario parece seguir la división de
la psique establecida por Lacan, describiendo un vuelo desde lo real (la muerte)
a lo imaginario (un supuesto desplazamiento), hasta lo simbólico, que tuvo una
significación para Esperanza (el sentimiento amoroso en la eternidad) y otra significación
(la fraternidad dolida) en la cual quedan, al final, sus amigos.
Otra
hermenéutica observaría que el viaje alegórico de la Esperanza culminaría en el
hallazgo del amor espiritual (ágape). Esta lectura jerarquiza la virtud
del amor, representada más por la amistad (philia) de las prostitutas,
que son como sus hijas, que por el amor de pareja (eros) hacia Don Giacono,
un amante traicionado y anhelado. La redención de la Esperanza fue un viaje de
la imaginación hacia un sentido más amplio amor. Y al jerarquizar la amistad,
la redención toca a todos los personajes, porque ellos también fueron
transportados por la realidad del viaje imaginario. E igual afectaría a los
marginados en la trilogía, siguiendo la lógica de esa estructura y la
continuidad del pensamiento afín, si se acepta que las personas en torno al
negocio de Esperanza con los instintos sexuales, y quienes en las obras
anteriores están atrapados en cualquier pulsión imaginable, también serían capaces
de virtudes y acciones moralmente elevadas.
III
Después de
anotar algunos circunloquios filosóficos del espectáculo, queda el variopinto
panorama del arte donde se cosechan. Allí, la articulación de las formas y los
lenguajes establecieron el área de las significaciones. Pero, aunque las
acrobacias de los significantes fueron sometidas a la imaginería expresionista,
surreal y conceptuosa de Juan Roca, el impacto decisivo vino de los cambios de
elenco en la segunda temporada respecto a la primera, y del empleo de dos
actores alternándose en el personaje central durante la segunda temporada. Los
espectadores que repetimos la puesta en escena varias veces pudimos hasta dónde
las mutaciones en el reparto de los personajes impactaron el lirismo, la
comicidad o el dramatismo, generando sensaciones, emociones e ideas de colofón
a un pensamiento en torno al vínculo marginalidad-humanidad.
La primera
temporada tuvo la actuación especial de Jorge Ovies en el personaje la
Esperanza. Ovies, quien, además de atesorar una carrera larga y paradigmática
debido a su variedad y excelencia, soportaría el título de onnagata, que
se reserva, en el teatro kabuki, al intérprete especializado en personajes femeninos.
Su proyección de la Esperanza mereció los apelativos dedicados a la excelencia
actoral. Fue la evocación romántica, poética, humorística, icónica e irónica de
un personaje con el que es muy fácil fracasar porque se mueve en las facetas
contradictorias, ya indicadas. Las sugerencias que él incorporó desbordan lo
dicho en la historia y redimensionan a un personaje de suyo multifacético.
Quizá sea suficiente recuperar sus alusiones a que, tal vez, la anciana no sea
ni tan ciega, ni tan demente ni tan crédula, sino una experta en negocios, engaños
y manipulaciones, que pone a cuanta persona conoce al servicio de sus
objetivos, incluso estando zaherida por los recuerdos del pasado, a pocas horas
de su muerte. La belleza de algunas imágenes en las cuales se ve involucrada la
sensibilidad y la creatividad allende la técnica del maestro Jorge Ovies, hacen
que, por momentos, el espectáculo de la sordidez acaricie lo sublime, y en su
conjunto constituya un inesperado homenaje a uno de los grandes actores en
ejercicio del teatro hispano-estadounidense.
Durante la
segunda temporada, un fin de semana, Ovies cedió el personaje a la actriz
Adelaida Rivero. La estrategia del doblaje iluminó facetas diferentes de la
vieja meretriz, en función de una mayor riqueza y comprensión. La intérprete
venezolana, que es ahora mismo una auténtica revelación de la escena miamense, estableció
la imagen de una mujer ordinaria, bastante alejada de los aportes del actor
cubano. Su Esperanza comenzó con una esmerada verosimilitud de la decadencia
física, particularmente de una ceguera reciente o mal asimilada, que consiguió
una plasmación realista, resaltando la aspereza y el autoritarismo remanentes de
la jefa de prostíbulo barato. El riesgo de oscilar desde la dimensión lírica del
personaje oscila hasta una dimensión onírica a través del realismo, fue saldado
con organicidad utilizando aspectos psicológicos del carácter, elementos de
psicotécnica, la elegancia de su figura y, a ratos, su sonrisa.
Tampoco
faltaron los matices en el trabajo del resto del elenco. En la primera
temporada estuvieron Verónica Abruza (Valentina), Alicia Lora (Lola) y J. J. Paris
(Isabela) interpretando las prostitutas, mientras Rei Prado actuó el papel de
Cheo y Osiel Veliz hizo Don Giacono. De este grupo emanó un ambiente casi
familiar donde los seres del prostíbulo buscaban la supervivencia, lo cual no
impedía discusiones ni ofensas. Tales contradicciones formaron parte del
tránsito de lo real a lo imaginario, colaboraron con la comicidad, ayudaron al
lirismo, estimularon el conceptismo y delinearon los personajes.
Abruza
emocionó con la picardía y ternura de un personaje impecablemente elaborado.
Lora entregó su gracejo y musicalidad a un carácter simpático, frágil. Paris
estampó un personaje transgénero, cuya acción devino protagónica cuando su
cariño hacia Esperanza persuadió a los demás de la necesidad de recrear un
viaje imaginario, una representación dentro de la representación. Prado modeló limpiamente
al principal personaje humorístico, un cliente obsesionado por el coito, con
cierto retraso mental que agudiza el conflicto entre el instinto sexual y la
amistad. Veliz evocó al amante soñado, hecho de galantería y delicadeza, que
remite al mundo onírico, ideal, deseado. Además, este elenco irrigó una
combinación de acentos suramericanos y caribeños que favoreció la ubicación
hipotética del lugar de la acción.
En la
segunda temporada, cuando las jóvenes actrices Dairín Valdés y Dianet Conde
asumieron los personajes Lola e Isabela, respectivamente, la puesta en escena
se recontextualizó culturalmente porque el elemento caribeño fue reforzado a
partir de los acentos, la gestualidad y el comportamiento psicosocial. Isabela
asumió las formas de pronunciación menos sofisticadas de la gente habanera, y
Lola se colocó en una zona intermedia entre los acentos del oriente cubano y
algo del habla dominicana, que bastante se parecen. A la vez, las situaciones
de altercados y enfrentamientos adquirieron una rudeza de bajo mundo que
redundó en la intensidad de los conflictos, el sonido de las escenas, pero
también en la sustitución de un halo romántico por ambientes vigorosos, más
energéticos. Valdés intensificó la zafiedad de Lola, Conde dio a Isabela una
virilidad belicosa. Sin embargo, la tesitura dramática ganó en un contraste
donde prevalecieron la ternura y los sentimientos de compasión. Ambas actrices se
incorporaron al elenco mediante una proyección marginal que se conectó a “la
trilogía de los bajos fondos”, con un menor lirismo, pero un mayor compromiso
con las circunstancias materiales del argumento y las acciones físicas. De un
modo distinto, la poesía escénica volvió a surgir, en el trabajo actoral, de la
dimensión real, objetiva, y la dimensión imaginaria-simbólica, subjetiva, de
los sucesos, de las situaciones.
IV
Los diferentes
cambios de elenco en la obra corroboraron la poética teatral de Juan Roca, dada
a frecuentes mutaciones; puesto que el director pertenece a esa hornada de
realizadores para quienes cada obra es una entidad expresiva en constante
evolución. Las transformaciones que generan sus intervenciones dramatúrgicas y
múltiples versiones de una misma pieza, (características de su agrupación
fundada en Los Ángeles, California, hace 40 años), tienen la misma importancia
del diseño integral de la puesta en escena, de sus efectos e imágenes, y de la
realización de esos diseños, artes y artesanías que salen de las manos del
propio Roca. Por lo mismo, los cambios de elenco sumaron una variación que
influyó en el trenzado de lirismo, comedia y farsa, tanto como la imagen
estupenda del avión que es un ave y el efecto sorprendente de la nieve que es
el sueño. Otra vez, la dinámica actoral es el núcleo teatral que lleva a pensar
la recepción del performance artístico como una unidad poliédrica, efímera,
polisémica.
A partir
del título Venecia sin mí, en la temporada de mayo, comenzó el trabajo
de una versión, hecha por Roca paulatinamente (como las versiones ya
incontables de su Bernarda, sobre el original de García Lorca), hasta
cerrar la transformación en la versión de agosto bajo el título El viaje de
la Esperanza, su recontextualización cultural, la reconstrucción de los
personajes, la apropiación de los nuevos miembros del elenco y el nuevo rumbo de
sus significaciones. Este tipo de operaciones artísticas se expone a riesgos estéticos
muy altos, e incluso divide a los espectadores que pueden gustar de una versión
más que de la otra, u oponerse a alguna. Pero los riesgos en el arte, tengan o
no resultados felices, deben ser, en principio, bien recibidos porque pertenecen
a la esencia del acto creativo.
Dos claros
ejemplos del espectáculo traen a colación lo visual y lo sonoro. La visualidad del
montaje incluyó un enlace de atmósferas que recorrieron ambientes de la cotidianidad,
evocaron recuerdos, plasmaron ensoñaciones, recrearon la imaginación de la
anciana, sugirieron visiones del trasmundo y provocó un ambiente feérico con el
efecto de la nieve. La sonoridad demostró hasta qué punto el lirismo se apoyó
en el discurso musical que, dando vuelo emotivo a retrospectivas e imágenes oníricas,
transidas de melodrama ― asociado equívocamente a la industria del
entretenimiento―, dejó escuchar magníficas piezas musicales: “Mariage d'amour”,
de Paul de Senneville; “Que c'est triste Venise” (“Venecia sin ti”), de Charles
Aznavour; y el aria “O mio babbino caro”, de
Puccini. No obstante, es responsabilidad específica de la crítica
analizar y valorar la profundidad artística de estas peripecias audiovisuales.
Este
ensayo se propuso cierta comprensión de las complejidades y riquezas de un
espectáculo que era, en principio, una representación cómica de la
marginalidad, llegando a ser un espectáculo lírico sobre lo mejor de la
condición humana. Sin embargo, las lecturas de la obra varían según los
contextos de la obra singular o la supuesta trilogía, las versiones de la primera
y la segunda temporada, y los cambios en el elenco y los parlamentos. El
conjunto comicidad-poeticidad transportó un amasijo de significaciones
inagotables en torno a una manifestación marginal de la humanidad.
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